domingo, 9 de enero de 2011

Se vive de los escombros en Real de Catorce

EL REAL DE CATORCE: DE NIDO DE AGUILAS A CUEVA DE SAQUEADORES
*José Martín- Movimiento Cívico Democrático, A.C. – Invierno 2011

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LA POBREZA DEL HOMBRE COMO
RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA

“No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo. Impotente por su función de servidumbre internacional, moribundo desde que nació, el sistema tiene pies de barro. Se postula a sí mismo como destino y quisiera confundirse con la eternidad. Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro. Se obliga al zombi a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación.

LAS VENAS ABIERTASDE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano
Calella, Barcelona, abril de 1978.”
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El prometedor saqueo de minerales en México, garantizado por los gobiernos neoliberales de las últimas dos décadas, hoy día está más que nunca vigente debido a varios factores estratégicos, a saber: una legislación amigable con el saqueador extranjero que en el mejor de los casos es pura y simple simulación laboral, técnica, tributaria y ambiental; una minería nacional endeble, debilitada, de sobrevivencia, timorata y poco estimulada desde el Estado y, que en el mejor de sus casos, los grandes capitalistas mexicanos se rigen por las mismas reglas salvajes y depredadoras que sus pares trasnacionales; un movimiento sindical obeso, anacrónico y en el peor de los casos controlado y aprisionado por los grandes intereses empresariales nacionales y trasnacionales, y/o corporativo-burocráticos de las camarillas en el poder público; un movimiento ambientalista corto de alcances y carente de éxitos comprobados en detener la depredación ecológica y en todos los casos más llena de buenos deseos que de soluciones efectivas y con un muy bajo poder de convocatoria y de credibilidad; finalmente, una sociedad rota y en plena desesperanza, maniatada por los poderes fácticos y sus aliados los poderosos medios de comunicación, y en el mejor de los casos con mesiánicos visionarios del neopopulismo radical con pocas posibilidades de solución real, sobre todo al corto plazo, por carecer de una visión integradora y armónica acerca de los grandes problemas nacionales.

Sirva el presente documento como una crítica a la política pro-imperialista del actual gobierno mexicano, así como sendos cuestionamientos a los movimientos ecologistas fallidos y a la falta de un proyecto sustentable de nación desarrollada, basado en la integración armónica de la sociedad con su entorno, que tenga como meta inmediata la justa distribución de la riqueza generada a través de la explotación racional de nuestros recursos mineros y energéticos.

EL GRITO DE LA TIERRA-MADRE

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“El pueblo de Real de Catorce está enclavado en el corazón de la sierra de Catorce, en el estado de San Luis Potosí, al norte de México. Se encuentra a 2750 metros de altitud y la principal vía de acceso es a través de un túnel de 2300 metros de longitud. Se fundó en el año de 1779 debido al descubrimiento de ricas minas de plata, lo cual motivó a que una multitud de mineros y aventureros llegaran al lugar en busca de suerte, desatándose una verdadera fiebre de la plata en medio de condiciones totalmente desfavorables. El lugar era inaccesible, no existían caminos, no había agua y los abastecimientos eran difíciles. En sus principios no contaba con ninguna autoridad que se ocupara realmente de hacer respetar la ley; la anarquía era total y, como siempre, el fuerte se aprovechaba del débil. A esta situación le vino a poner fin Silvestre López Portillo, de descendencia española y nacido en Guatemala; a él se le debe la fundación del pueblo que en sus primeros tiempos fue denominado: Real de Minas de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Guadalupe de los Álamos de Catorce.” *Valerio Conti.- Portal de Real de Catorce

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Tal parece que la historia, esa ciencia y gran maestra del conocimiento humano, nos ilustra con hechos repetitivos e incomprensiblemente poco tomados en cuenta hoy día en nuestro caso del Real de Catorce: la riqueza de la tierra provoca la pobreza del hombre a través de las más bajas pasiones, historias de codicia y avaricia, y sobre todo, de la explotación del hombre por el mismo hombre. Y, aunado a ello, la depredación de la Tierra, dejando abiertas y sangrantes sus venas de riqueza a cambio de su deterioro en la mayoría de los casos irremediable y en aumento.

Parafraseando a Eduardo Galeano, es Real de Catorce una región de venas abiertas. Desde su descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha transmutado siempre desde una explotación colonialista a destajo, el verdadero motivo de la conquista, hasta una permanente presencia del capital extranjero, ora europeo, ora norteamericano, incluyendo el canadiense. Y este capital ha producido inmensas riquezas para sus dueños, mas no para los habitantes de estas y otras regiones de nuestro México y de nuestra “sub” América.

Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos, ha sido expoliado, explotado, exprimido, exhaustivamente detentado por los dueños del oro y del moro. Y nuestros gobernantes, desde los liberalistas decimonónicos que en pro del progreso nos dieron una paz forzada por las armas y sin libertades, pasando por los gobiernos emanados de la aún discutida y siempre dudosa revolución social que traicionando sus principios no hizo sino entregar los recursos al imperio bajo sucintos disfraces demagógicos legaloides, hasta los cínicos neoliberales de este siglo, todos ellos, se han convertido en testaferros del imperio capitalista extranjero.

Dicen los expertos que el desarrollo también genera desigualdad. Real de Catorce es el mejor ejemplo, con sus socavones vacíos, sus caminos tristes, sus casonas derruidas y sus turistas en pos de mitos y ritos de ensoñación y encantamiento sicodélico, mientras el poblador valiente, recalcitrante y terco se resiste a morir y a dejarse vencer, una vez más.

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Se fueron llevándose todo y no nos dejaron nada. Salvo una rabia, una impotencia y un recuerdo que se pierde en los espejismos del desierto altiplano. Para sobrevivir, hemos sido de todo, desde esclavos en el tiro de mina, en la molienda de la roca, sirvientes del amo, fuerza bruta domada a golpes de hambre, inteligencia de instintos más que de ideas y hasta reciedumbre. Aquí estamos, ahora funcionando de guías de nuestra propia tristeza, de nuestros sueños rotos y nuestra hambre nunca satisfecha.

Se fueron los ávidos españoles medievales y feudales. Dicen que los echamos un día. No recordamos eso, pero si supimos que luego llegaron otros dueños, otros conquistadores, esta vez sin cuentas de vidrio ni caballos mitológicos, sino con “capital”, con “libertades”, con políticos en la bolsa y con colmillos y garras más afiladas. Al cabo ya estábamos acostumbrados a que nos hincaran el diente. A ser sirvientes de las necesidades ajenas.

Iban y venían. Si la madre tierra con sus entrañas violadas de pronto les extraviaba traviesa las vetas, ellos se enojaban, desmantelaban, nos culpaban, se retiraban dejando un rastro de iniquidad, de caminos pisados, y escombros, muchos escombros no solo de piedra sino en el alma de nuestros espíritus. Luego afinando métodos, sonrientes, aparecían otra vez por el viejo túnel con sus “capitales”, sus “libertades”, sus políticos en la bolsa y con el látigo en la mano.

Nuestra historia es la de un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será. Y aún así queremos contar nuestros recuerdos perdidos en el sueño, ya que no nos es difícil recordar puesto que los vivimos a diario, una y otra vez, tal y como regresan siempre los amos y sus caporales a desarrollarnos para explotarnos.

Queremos contar una historia del saqueo, a la vez contar como funciona el sistema de despojo, de cómo una vez aparecieron de atrás del cerro sagrado y nos abrieron en tajos muy profundos nuestra dignidad.

Aquí estamos, hemos estado y estaremos siempre. Solo que ahora va la nuestra. Hemos aprendido a golpes de pico y pala, a detonaciones de dinamita, a base de sangre, sudor, lágrimas. Hemos trabajado arrojando en pedazos nuestros pulmones llenos de polvo, hemos soportado todo. Pero ya no más.

La tierra es nuestra y somos de la tierra. Sus veneros nos han dado cobijo, alimento, pero también sufrimiento. Y aún así aquí seguimos sin miedo. No se puede tener miedo cuando el hambre nos lo apaga, lo disfraza, lo oculta, lo aniquila. Nuestra hambre ancestral de justicia y riqueza en armonía con La Madre Tierra está a punto de empezar a ser saciada. Poco a poco. Con nuestra dignidad por delante.

Somos nuestros propios dueños y eso lo sabemos. Y lo haremos valer.

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Mi tatarabuelo contaba, según mi abuelo, que hasta las herraduras de los caballos eran de plata en el Real de Catorce. Y de plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones de finales del siglo dieciocho, cuando la época de las primeras bonanzas. Y de plata eran sus monedas, y sus sueños hechos realidad.

Pero la historia del Real de Catorce no nació con las hordas españolas, siempre sedientas de oro, plata, y de almas. Cientos -tal vez miles- de lunas atrás, los encantadores del sueño míticos llegaron desde las costas por donde se metía el sol, y que según ellos aquí nacía, para morir allá.

La inmortal Wirikuta, ya era vieja cuando llegaron los caballos y los arcabuces. Un punto de encuentro cósmico entre las fuerzas creadoras y destructoras. Algo que lo explicaba todo entonces. Y lo sigue explicando ahora. Solamente que los senderos están desviados por los terreros, los montones de escombros que alguien, no se sabe quién pero si como, fue dejando mientras penetraba a nuestra madre.

El cerro sagrado, sacralizado a fuerza de mitos y ritos originarios y perdidos en el tiempo, vio llegar un día, mucho antes que al explotador blanco, a otros seres humanos, nomádicos, trashumantes, que se refugiaban en los senos geomórficos de su madre mientras su padre el tiempo los condenaba a vagar sin rumbo, resistiendo, esperando, sobreviviendo.

Aunque respetaban en silencio incomprensible el avatar cósmico, no sabían ni podían saberlo, que este es un portal a otra dimensión. Una salida del inframundo. Solo intuían que el agua y los cactus y las cuevas les daban protección y vida, aunque precaria. Pero en paz.

¡Máh-teh!, gritaron cuando vieron al insaciable conquistador de barbas hirsutas y sucias. “Lárguense, no vengan acá” repitió el eco de las barrancas y cañadas, y cada pájaro, cada venado, cada flor, cada cacto, repitió el grito milenario: ¡¡¡Máh-Teh!!!

Pero no se largaron. Olfateando el suelo dieron con las venas de la madre. Y decidieron hollarla, abrirla, “descubrirla”. Y también descubrieron que estos seres escondidos entre las peñas podrían ser buenos esclavos para extraer las riquezas encontradas, Y a los que no se dejaron, los exterminaron, e incluso luego trajeron otros esclavos de más allá. Desde el Anáhuac.

Y así, según contaban los tatarabuelos de los tatarabuelos, se tornaron los nidos de águilas en cuevas de saqueadores.

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(FIN DE LA PRIMERA PARTE)

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